Me miré fijantemente en el viejo espejo de la sala,
mi rostro casi postergado me miraba, estaba como admirado,
quería extraer de mi casi todo mi intelecto. Yo miraba complaciente,
sabía que no podría, que entre él y yo había un abismo interminable,
era la misma vida mía que él no había vivido. Él era una imagen
congelada en un minuto de mí vida, allí no existía nada más
que formas de inmensa vaciedad. No poseía mi vida,
simplemente reflejaba una imagen sin valores,
sin sentido de la existencia, sin principios.
Estaba allí, como estático e inseguro
como si el resto del mundo
no fuera más
que un
cuadrado relleno de nada,
un vacío tan grande que no vivía,
una historia que no existía, vacía de todo,
una historia que concluía en un espacio vano, pueril.
Yo pensaba mientras tanto… él ¿me vería igual que yo?
¿y si en realidad yo fuera la imagen y él la realidad, dónde
estarían mis principios, mis valores, mi historia, mis amores, mi ser,
mi proceder, mi cultura, mi comprender, mi intelecto, mi saber, mi yo.
¿Seré yo quien soy, en realidad? o más bien soy la nada que trata de saber
¡quién soy!
CARLOS A. BADARACCO
21/10/11
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