Odio lo pueril
lo vano, lo fútil,
lo que en el fondo al decir
no se expresa con el alma
más que una estúpida impronta
de lo profano y vicioso.
Odio aquel que usa el intelecto
para injuriar las virtudes,
haciendo de lo sagrado
un signo de estúpida prostitución.
Odio al que en el arte alaba lo libertino,
el cretino aquel que usa
a la mujer como objeto,
aquel mendiga del sexo
que tiene envilecido el cerebro,
el que con osadía y desmedro
pretende degradar al amor.
Odio lo enajenado
que no permite la libertad
al dejar salir del alma
el oscurantismo barato,
aquel que siente el deseo
como un sentimiento atrofiado,
que no se fija más que en el género
como un estigma lascivo
que nace furioso del espíritu
para aliarse al mismo demonio.
Se podrá ser un cautivo de la libido,
como un sentir del esclavo oprimido
que se denota atrapado
en un sinsentido viciado.
Odio al que profana al amor
que es un acto sagrado
aquel que con su mente corrupta
pretende injuriar sentimientos
y a la mujer que se siente atraída
por la bajeza de verse usada en su dignidad
como una cosa genital y absurda para saciar
bajezas en juegos de fuegos triviales.
Se puede hablar del sexo
como una bendición del alma,
como un profundo sentimiento
que viene de un amor insondable
y que llega a colmar en calma
un profundo valor sagrado,
aquel amor que viene
de lo profundo, de lo más
insondable del alma.
CARLOS A. BADARACCO
15/10/11
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