Un insignificante sentido de la palabra,
la inconstante manera de decir por decir,
inventar términos sin congruencia con otros,
silabeos infaustos, perfiles fútiles,
nada que ver con las perpetuas rúbricas
de palabras que se expresen
con el rigor de los sentidos.
Al escribir, es preciso enunciar
porque escribiendo
se entrega el alma,
la demencia queda
para los dementes,
los estúpidos conceptos
con sentidos efímeros
son términos que están
como no podrían estar,
no dicen nada, son ignotos;
sus autores se sienten superiores,
creen tener el manejo lingüístico
y no tienen nada,
son los magníficos petulantes
de las letras vacías, baratas,
pueden empezar con la hora
y terminar con el inodoro
expresando la última
“idea” que ocupe ese lugar.
Los infelices mediocres del no decir,
ni siquiera el concebir un mensaje póstumo
para que el lector del futuro comprenda
el sentido real de cada palabra vertida.
No se escribe para fingir,
se escribe para decir
para verter palabras con sentido
de un auténtico profesar;
esa es la palabra justa, “profesar”,
somos profetas de las palabras,
pero palabras que entienda el humilde,
el que necesita comprender.
No hablar para los intelectuales que buscan figurar,
no es un halago ser un intelectual,
es un concepto superficial que se borra
inmediatamente al no tener contenido racional
para poder expresar.
Esa es la razón del porqué
la juventud se aleja de las letras
no comprenden, no perciben,
son adolescentes, les falta
el sentido real del decir,
del pensar y analizar
y al no encontrar nada
se alejan frustrados
los que desean
y no pueden aprehender
la hermosa aventura del conocer.
CARLOS A. BADARACCO
21/10/11
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