Cuando cantaban los grillos a la orilla del arroyuelo
y la luna se reflejaba tímidamente en sus aguas.
Cuándo las ranas croaban detrás de aquel atajo
donde las luciérnagas se lanzaban iluminado los caminos,
a pesar de aquellas estrellas que se divisaban titilando,
en la quietud del ocaso se vislumbraban también tus ojos.
Una suave brisa se lanzaba tímidamente,
como queriendo envolver aquel instante precioso
y en el calor de la noche un suave ósculo de verano
que deposité en tus ojos se posaba entre rayos furtivos
que en la espesura del monte se arrojaban delicados
al primer pestañeo de aquellos pálidos párpados.
Una quietud somnolienta se esparcía taciturna
entre la bruma del crepúsculo y aquel rocío temprano,
allí tus labios se encendían de fuego y un suspiro
casi silente se transformaba en gemido,
un prematuro sollozo y una emoción
obsecuente se encendía como esperando
un abrazo fugaz en la quietud del sendero.
CARLOS A. BADARACCO
26/9/11
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