miércoles, 5 de octubre de 2011

EL LABRIEGO de CARLOS A. BADARACCO




Aquel sudor que en la frente se refleja
en la más pura historia de su vida,
ese hombre que en sus tradiciones esgrimía
la más pura de las coplas del levante.
Cuando en las noches se despierta el alba
y aquel sonido de la siembra se delata
corre entre las sombras el labriego
ardiéndole la piel de tanto esfuerzo,
corre por laderas y por los riscos
encendiendo por doquier al firmamento;
sus brazos de luchador empedernido
se agigantan ante la faena en su suelo.
Ansioso de andar por esas tierras el labriego,
recorriendo lejanos horizontes en su sendero,
la luz que lo acompaña va sembrando
la claridad que se levanta en el saliente.
El sol alumbra ya en las alamedas,
haciendo rebotar rayos furtivos,
y con la mirada puesta en el futuro
aquel hombre se ampara en su destino.
La luz se hace presente cada vez más fuerte
ardiendo entre los maizales y los trigales.
Henchido de ferviente anhelo por sus logros,
la siembra se levanta y la cosecha.
La fuerza de la vida se hace presente
anidando en los caminos y entre los cardos,
el campo en el sosiego se despierta
para engendrar a pala y pico los surcos vivos.
Allí como escondida en la esencia se denota,
que la sabia naturaleza hará su resto.
Será el sustento de su labor esta osadía,
que alza orgulloso aquel labriego;
entre los montes se vislumbra ese silencio
que marca el final de un bello día,
un día que con la lucha y el coraje,
la tierra agradece con sus frutos.
Dios está allí presente con su cielo.

CARLOS A. BADARACCO
3/10/11

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