domingo, 14 de agosto de 2011

ROSA DE LOS TIEMPOS de CARLOS A. BADARACCO









Olivo. Sus ojos eran de color olivo.
En las figuras expresivas de los mármoles
su rostro despertaba mil pesares.
Tan triste era su rostro,
tan dúctil su faz terrena,
que dejaba en la mirada una estela,
como si de amor profundo se tratara.
Era quizás un semblante maduro
pero mostraba su inocencia sin conjuros.
Parecía enfrentar a los tiempos
ante la intensa furia de los vientos.
Olivo, casi un néctar para los ojos,
la tímida expresión de su aspecto
intimidaba los albores tempraneros.
Pasé sin mirar aquella tarde,
sin detenerme ante la estatua, sin alabarla.
Revelaba sus alas de ángel de la vida
como dedicando ante Dios su obediencia.
Así, se me presentó entre mis sueños,
decía la cándida Rosa de los tiempos,
como queriendo brindarme un consuelo,
una palabra de aliento en mi desvelo
que momentáneo se presentaba 
ante mi rara apariencia.
“Dios me manda presuroso
ante ti eterna caminante.
Eres ante Él una peregrina
que dedica su paz y su constancia
En cada labor que ejerces en el tiempo
una luz se enciende en el cielo.
Serás esa elegida por tu lucha
para doblegar la injusticia y el desafuero;
como a la Virgen María iluminada
me presento ante ti para alabarte.
Los jóvenes que te siguen serán testigos
de tu impronta sembrada en este suelo.
Despertarás un día en la mañana
con un coro de alabanzas y de aleluyas,
desde el cielo ese Dios que te bendice
será el mismo que con su manto te cubriera”.

CARLOS A. BADARACCO
13/8/11
(DERECHOS RESERVADOS)
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