Recuerdo aquel julio
en que el tiempo lluvioso
me entregaba en la soledad
minutos de apacible tranquilidad.
Estaba sentado frente al hogar,
los leños ardían en el fuego,
sin señas de hablar yo,…
meditaba
La luz de las llamas
se reflejaba en mi rostro
y sonrojaba mi cara,
yo, como abstraído…
meditaba.
Estaba ensimismado
en mi propio mundo,
absorto, embelesado,
mi mente se expandía
y yo…
meditaba.
Eran como las cinco,
el frío era penetrante,
las manos heladas
temblorosas se mostraban,
yo, mientras tanto…
meditaba.
Y meditaba en silencio
como si el mundo no existiera
como si las cosas pasaran
y yo no las viera.
Estaba como absorto
por los pesares de la vida,
la felicidad que perdía,
la horas que consumía;
solo, totalmente solo
y en esa triste soledad yo…
meditaba.
Meditaba en silencio
con la mente perdida
en un tiempo pasado
en el que todo tenía.
Se habían ido lo años
la vida misma se consumía,
Los tiempos se alejaban
dejando mis sueños perdidos.
Mis hijos se habían ido
cada uno a su vida,
eran tiempos de agonía
en el que la congoja
se acercaba para amargar
mis días, mis minutos, mi vida
y yo, seguía,
meditando.
¡Cuántos sueños me habían quedado!,
en mis recuerdos, casi abrumado
encontré una salida,
un amor me acompañaba,
una sola ilusión me sostenía…
era mi amada
y al levantar mi cabeza
la vi allí también ensimismada,
entonces comprendí
que la vida era así
cada cual con su historia
y yo con mi amor
finalizando juntos la nuestra.
Ahora comprendía
en la ley de la vida
esos momentos de alegría.
Abracé a mi amor,
un beso le di,
ahora sí, los dos, como siempre
amando la existencia
que juntos habíamos vivido
y que juntos viviremos
para gozar con alegría
la felicidad verdadera.
CARLOS A. BADARACCO
21/8/11
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