jueves, 8 de septiembre de 2011

HIPOCRESÍA de CARLOS A. BADARACCO




Camino por las calles como absorto por las tantas iniquidades que observo.
Las cosas se muestran difíciles y sí sé, que si no soy yo,  seguramente, otro será el que con auténtico sentimiento diga lo estúpido que es pasar por el lado de la injusticia y no decir palabra.
Vemos, por ejemplo, un niño con las manos extendidas; un muchacho en el tren que entrega estampas por un moneda; un mendigo cualquiera que nos pide un centavo; vemos a unos niños  acostados en Retiro tapados con los diarios,  buscando el calor con sus cuerpos casi enredados y nosotros pasamos, sin siquiera mirar, es decir, ignoramos.
Pero eso sí, cuando pasa un culo, ¡un culo!…, que incluso hasta puede estar sucio, pero siendo hermoso, lo alabamos… ¡qué precioso culo! Bueno, allí podría quedarme porque no vale la pena seguir juzgando lo que a veces yo también hago,  alabar un culo, a eso me refiero.
Y así vivimos…
El poeta es el que denuncia, no le habla solo al amor como si pasara por allí la poesía, aunque sea esto también amor, amor comunitario, si se quiere, amor al mundo, a la humanidad.
El poeta, debe  poner en evidencia  un juego social hipócrita, incluso hasta resentido porque mira su entorno lo analiza, lo indaga y no hace nada… ¡nada!; bueno…, estos son dos sinónimos que mucho no usamos tampoco.
Entonces, cuando ignoramos, estamos entregando libertades, dignidades, despreciando valores y luego…,  cuando nos matan a un hijo pedimos ¡JUSTICIA! como si alguna vez,  aunque sea por omisión o por lo que sea pidiéramos justicia por aquellos postergados por la vida, por la misma sociedad  que compartimos. Somos los únicos que podemos expresar las indignaciones que el mundo circundante nos ofrece; los escritores, malos como yo, ¡debemos! ser los denunciantes, delatores, acusadores, inquisidores, si se quiere de la cruda realidad que nos reclama.
Esto no pretende ser una prosa, ¿se entiende verdad? esto es una denuncia a la hipocresía, al fingimiento, a la estúpida idolatría barata de la que nos colgamos para que se nos alabe también con la misma estúpida vanidad. ¡Qué ridículos somos a veces!, nos sentimos tan solos que aunque sea desde una pantalla preferimos ser alabados,  elevarnos hasta una nube de pedo en la que depositamos nuestra vanagloria, la estúpida jactancia que pretendemos y que nos conceden para recibir más alabanzas que satisfagan nuestra hipócrita pedantería.
No sé si estoy equivocado pero es mi punto de vista y tan respetable como los demás. Sólo pienso en un mundo mejor y me juego entero por ello desde lo que sé hacer,  desde la docencia o desde la escritura.

CARLOS A. BADARACCO
22/8/11

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