jueves, 15 de septiembre de 2011

DESDE LA CIMA de CARLOS A. BADARACCO




 
 
Habiendo yo recorrido tanto sendero
estoy dispuesto hoy a contar una historia.
En cada puerto que estuve
dejé un amor encendido,
amores de tierras lejanas
que se perdieron en el olvido.
De cien años se trata
mi relato tan sentido,
uno que con sublime devoción
levo prendido aquí en mi alma.
Los años parecieran haberme
preparado para contar esta historia,
se ha desdibujado un poco
pues mi larga existencia
se ve manchada con nebulosas
que me sitian la razón.
Se trata de una rosa,
que mística en su figura,
se levantaba resurgente
con sus ojos entre penumbras;
Qué sublime fue su amor
que me entregara con premura,
éramos dos adolescentes
que vivían una aventura,
sin querer su corazón
se encendió como una hoguera
que ardiera sin resplandor
ni quemara con su fulgor;
era una rosa divina,
una sublime estampa,
unos ojos de encanto
que brillaran en el albor.
Éramos dos aventureros
que escalaban una montaña,
ascendíamos entre los vientos
que soplaban sin clemencia,
las tinieblas perturbaban
nuestro avance en el ascenso
sin embargo comprendíamos
que allá en la cima
nos daríamos aquel beso
que sellara nuestro idilio,
y que como bandera se levantara
advirtiendo nuestra presencia.
Estábamos casi en la cima,
por poco llegando al firmamento
y de repente una filosa roca
cortó el cable de alza;
cayó mi dulce esperanza
al barranco aquel  
como perdida entre las nieblas;
un pequeño grito
quedó metido en mis oídos
para siempre,
hasta hoy esa figura
que se fue alejando
entre las nubes
y que se perdiera
lentamente entre cien
lazos de muerte blanca,
la mantengo aquí presente
como advirtiendo un encuentro.
Hoy recibo la noticia
de haber encontrado su cadáver,
estaba allí como dormida
bajo un hielo duro y claro;
como si su figura fuera de cera,
mantenía todo su semblante
de dulzura y tierna amante.
Eran sus ojos abiertos d
os candelabros de fuego ardiente,
su cabello se dibujaba
como en mis recuerdos durmientes;
su esbelta figura reluciente
resaltaba con mi rostro,
mis arrugas prominentes
eran casi un relieve.
Estaba conmigo sin embargo,
era mi luz todavía.
Me dejaron un rato a solas,
prometí ser muy duro
de repente  me tomó de la mano
y me llevó complaciente
hacia un lugar inesperado.
Yo cerré mis ojos
en un descanso de ángel
y  se abrieron allá en el cielo
entre la cima de aquel monte
y el ansiado firmamento.
Un beso inesperado
dejó sellado aquel pacto
y la montaña lanzó una proclama:

“EL AMOR VERDADERO SIEMPRE ES UN AMOR ETERNO”

CARLOS A. BADARACCO
11/9/11


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