No hay rencor capaz de prodigarte,
adorable vencedora de las llamas,
sacerdotisa infernal de la misma muerte,
Vestal infame que hoy proclamas
tan desesperado grito de justicia.
El juicio final sin piedad te reclama
con simuladora paciencia y obsecuencia.
Un niño abandonaste sin ningún precio
arrojado al suplicio de un martirio
y hoy hastiada por la vida estás pagando
la agonía de un lamento inocente.
Crucial es el tormento que te aguarda
ahora que estás al borde del abismo.
Espectros te rodean con el mismo odio
con que tú proclamaste tu osadía.
Eres hoy una desvanecida evocación
que renace tibiamente como ejemplo
de una vida atormentada por los lamentos
que en tu misma saciedad hoy te escarnecen.
CARLOS A. BADARACCO
21/11/10
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