domingo, 5 de junio de 2011

LA RESIDENCIA DEL ESPANTO de CARLOS A. BADARACCO








Me retiro en silencio,
las lúgubres horas de la noche ya han pasado,
el estiércol se ha secado
y entre las cortinas de la sala
la humedad se ha disipado.
Hay en las paredes de la residencia
un sórdido lamento, un roñoso espanto,
son las manchas de sangre
que se evidencian lejanas,
los tiempos las han secado.
Se ha dibujado en los vidrios
sucios de las ventanas
un sabor a desgracia  casi espantoso.
En las alfombras, la mugre pernocta,
casi sin dolencia los espíritus
sobrevuelan el espacio,
llamas infernales acosan los recuerdos
y en medio de la tristeza,
de la lúgubre apariencia
tú, ensimismada y entregada
a un futuro sin nombre
una identidad perdida
entre los sabores a muerte.
Me retiro, no tolero esta indiferencia,
los períodos ya no se corresponden
con la alegría de mis lejanas mañanas,
se ha marcado el tiempo en mi rostro.
Viejas y negras arañas cuelgan desde el techo,
las luces apagadas
le dan un aspecto sombrío al recinto
y las sombras se vierten
dudosas en semejante escenario,
no habitan sino fantasmas de tiempos lejanos,
sufrientes instantes de congoja se esbozan
entre los espacios sin ventilar del lugar,
un agrio olor a rancia humedad me rodea
y ya no tolero ese terrible teatro de melodramas
que corren, van y vienen
por los memorias de la morada.
Las olas de mar golpean las paredes de ala sur
y se delatan como incipientes
las manchas sin destino de sus roces,
las noches nos mueven a la desidia, al tormento
de entregarnos a los lejanos
y acechantes nubarrones.
Ya no existen amores que adornen los sillones
y tú, casi dormida,
te hundes entre las evocaciones
sin visiones de nuevos tiempos 
 te entregas a la muerte en vida
a la ignota sensación de la nada,
has fenecido para el mundo
y para mí, ya no vales nada.


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