IMAGEN EXTRAIDA DE GOOGLE
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DE MI LIBRO “SUBJETIVIDADES”
Estoy en uno de mis días más reflexivos, mi mente se proyecta a un lugar excelso, las imágenes van y vuelven, se detienen y avanzan como si quisieran buscar algo que las contenga, un espacio que denote tranquilidad y que me proyecte a la paz que hoy necesito. Seguramente no es un imposible, siento que tiene que haber un punto casi etéreo, no mágico pero sí un sitio de paz donde pueda ver y advertir que la vida no es lo que vivimos de continuo sino que a través del amor, que siempre está presente, podamos unir nuestros corazones.
Estoy escuchando en este momento un himno casi celestial del Coro del Tabernáculo Mormón, yo no pertenezco a esa congregación, pero es evidente que el Himno n° 48, que estoy disfrutando en toda su intensidad, me lleva a un lugar especial. La magia que me envuelve con voces encantadoras que entonan ese himno de amor intenso. Realmente odiaría que todo lo que me lleva a establecer un contacto profundo con mi propia interioridad fuera falso. Pero sea así o no, lo cierto es que estoy en mí mismo, en mi propio centro y percibo allí una luz que jamás me percaté que existiera. Es, sin duda mi propia esencia, que me devuelve una paz interior, un dulce y tierno estado de elevación. Noté por ejemplo que no tendría que apartarme mucho de la realidad en que vivo, que simplemente debería comprender que todos aquellos que me rodean tienen un centro espiritual semejante que nos hace ser lo que somos y no otra cosa. ¿Qué somos?, seres humanos, que amamos, sufrimos, y tenemos la capacidad de ser felices, como cualquier otro que nos rodee, sólo falta poner en funcionamiento un estado de comprensión y profundidad del uno sobre el otro.
Un nudo en la garganta siento al escuchar esta vez “O Holy Night” “Oh Noche Santa” por el mismo coro y esta vez capto otra sensación: que sí podemos alcanzar un estado espiritual semejante, que no nos debemos olvidar que somos hermanos porque llevamos la misma esencia y eso nos debe hacer entender, como seres inteligentes que somos, que no podemos fallarle a nuestra interioridad, de hacerlo, estaríamos dándole un sin sentido a nuestra misma existencia. El concepto “trascendencia”, sugiere que el sentido más inmediato y elemental del término se refiere a una metáfora especial, trascender significa pasar de un ámbito a otro, atravesando el límite que los separa. Desde un punto de vista filosófico, el concepto de trascendencia incluye además la idea de superación o superioridad. En la tradición filosófica occidental, la trascendencia supone un «más allá» del punto de referencia. Trascender significa la acción de «sobresalir», de pasar de «dentro» a «fuera» de un determinado ámbito, superando su limitación o clausura.
Así, S. Agustín pudo decir, refiriéndose a los platónicos: «trascendieron todos los cuerpos buscando a Dios». Trascendencia se opone, entonces, a inmanencia (“Que es esencial y permanente en un ser o en una cosa o que no se puede separar de él por formar parte de su naturaleza y no depender de algo externo”) Lo trascendente es aquello que se encuentra «por encima» de lo puramente inmanente. Y la inmanencia es, precisamente, la propiedad por la que una determinada realidad permanece como cerrada en sí misma, agotando en ella todo su ser y su actuar. La trascendencia supone, por tanto, la inmanencia como uno de sus momentos, al cual se añade la superación que el trascender representa…”
De manera que rescato que nuestra vida no tiene porque sumergirse en un estado inmanente, aunque debemos cada tanto proyectarnos a nuestra propia interioridad pero con el objeto de encontrarnos a nosotros mismos con la firme intención de volcarnos a una realidad que nos envuelve y que debemos transformar, he allí nuestra responsabilidad como seres humanos que somos. Dejar sentado la razón de nuestro existir, trascender, es decir proyectarnos a través de los tiempos hacia un futuro en el que, aunque no estemos ya físicamente, podamos desde nuestros ejemplos de vida, nuestras enseñanzas y nuestras obras escritas o no, luchar por un futuro mejor, por un MUNDO DE AMOR.
CARLOS A. BADARACCO
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