Mi juventud, dulces años
amando soledades,
soñando placeres,
aprisionando suspiros,
sintiéndome apenas aturdido.
Ni penas, ni olvidos pretendidos
más que amar a cada hora, a cada instante;
en paz conmigo mismo
desatando mis deseos más fervientes.
Con suave placer enceguecido,
como romántica avidez lujuriosa,
ardía en mi piel y en mis entrañas
una tímida locura que encandilaba.
Encanto y tentaciones, desenfrenos,
mis largas cavilaciones ardorosas,
mis libres toqueteos, mis ilusiones
que ardían en placeres enceguecidos.
Los amores y las tiernas emociones
se hacían presentes en sensaciones
alentando mis frenesíes y mis visiones
con imágenes que ardientes se presentaban.
Un placer quizás interminable
asomaba voraz en mis deleites.
Codicia y sensualidad abrazadora
urgían mis deseos insaciables.
Placentero era soñar entre los montes
que atravesaba con intenciones impetuosas
El canto de los pájaros y la luz del sol que fulguraba
enseñoreaban aquellos días de años mozos
¡Ah!, placeres de adolescente arrebatado
el majestuoso pasar por aquellos años.
El suave arrullar de manantiales,
con nubes envolventes embelleciendo.
Instantes de intimidad y desenfreno,
hierbas tibias asomándose entre los montes
quebrados por dispares pasajeros
se presentaban y pronto se retiraban
dejándome solitario con mis soñares.
CARLOS A. BADARACCO
22/09/10