Soy de mi vida el tiempo,
soy sin embargo la distancia,
vuelvo y voy denotando edades,
caudales de agua fluyen rabiosas y mansas;
estoy en el tiempo de tormentas y proclamas,
en una nube de lamentos que vienen y que van.
Buenos Aires me acompaña,
desde sus atardeceres porteños
fluyen conmigo alientos orilleros;
vamos hacia el ocaso,
mi vida junto al tiempo sucumben,
rasgan en instantes de furia y de llanto.
Estoy en mí, siempre en mí, apoyado y metido en mí.
Los días pasan, San Telmo, la Boca, Floresta, sin embargo presentes,
acoplan pausas, relieves, turgencias, temperancias,
son distancias de tiempo pasado que vuelven
en el recuerdo, vuelven hoy trémulas,
sin dichas ni querencias, sin falacias;
son auténticos lamentos de etapas
que lloran, que sufren, que sudan.
Trastos viejos colman mis memorias,
heridas cortantes de tiempo y espacio.
Hoy el amor es vano, ya no me sostiene,
estoy viejo y rancio;
mortajas de quejas envuelven mis días
riñen y atosigan, queman y quebrantan;
espíritus latentes surgen de repente
y quiebran instantes de sosiego y letargo;
molestan, dañan, rechinan los huesos;
recuerdos nacen y mueren presurosos,
se van y luego vuelven,
distintos vuelven,
como queriendo alentar vuelven
y sin embargo abaten.
Imágenes de viejo, de anciano temeroso,
espantado por los tiempos nacientes,
jóvenes tiempos que hieren
e irrumpen con historias profanas,
blasfemas historias de vicios y perversiones
CARLOS A. BADARACCO
15/3/10
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