Felipito era un hombrecillo muy simpático, la vida lo había castigado desde su mismo nacimiento, su cuerpecillo era muy diminuto, tenía piernas muy cortitas y su talla era de solo cincuenta y siete centímetros, tenía una nariz aguileña muy prominente y su voz era chillona y pequeña como su apariencia. Solía refugiarse debajo de la escalera de entrada a un edificio en su ciudad de origen porque su vergüenza no le permitía exhibirse en público. Es así que para poder alimentarse recorría todos los tachos de desperdicios buscando raciones de alimentos que tiraban a la basura los restaurantes de los alrededores. Se bañaba de noche en un laguito pequeño, muy tarde casi en la madrugada. Lógicamente no trabajaba, porque nadie le quería dar ocupación a un “deforme” tal cual lo habían apodado los hombres del lugar. Merodeaba normalmente por las plazas en los sitios más oscuros, por allí también descansaba por las noches. Es decir era simplemente un hombre que vivía en cualquier lugar y sufría mucho. Gracias a Dios nunca necesitó ir a un hospital porque su salud era de oro. Sin embargo cerca del parque donde se ocultaba a veces, había una salita de primeros auxilios que tenía un médico que lo conocía y lo atendía gratuitamente en los momentos donde su salud flaqueaba. Era muy simpático con la gente que ocasionalmente lo podía ver pero siempre terminaban riéndose de él y por lo tanto Felipito se ponía muy triste y lloraba constantemente en su soledad. Su familia vivía muy lejos, se había fugado muy pequeño de su casa a causa de las burlas que debían soportar sus allegados en forma constante. Decidió entonces partir hacia la gran ciudad pensando que allí iba a tener más suerte y consideración por parte de los hombres. Evidentemente este maravilloso ser se había equivocado, algunos hombres tienen la particularidad de mostrarse osados y crueles cuando los demás son distintos. Las apariencias en este mundo parecen ser más importantes que los valores y por lo tanto aquello que se presenta visible a los ojos tiene más consideración que lo que se guarda en el interior del ser humano.
Estando Felipito descansando debajo de la escalera de un edificio, en la mañana muy temprano, un coche se acerca y baja de él un señor con apariencia de tener mucho dinero. Efectivamente era un productor de espectáculos callejeros que lo convenció para trabajar en ese quehacer y además ganar mucho dinero, seguramente, trabajando juntos, decía, nos haremos millonarios. Felipito le preguntó de dónde lo conocía y cómo sabía del lugar donde siempre descansaba, Jacinto, así se llamaba el nombrado productor, le comentó que era muy famoso en todos lados, todo el mundo te conoce, replicaba y entonces me propuse buscarte y proponerte esta oferta que es muy tentadora para los dos.
Después de pensarlo un rato Felipito aceptó, le fascinó la idea de ganar mucho dinero y poder ayudar a su familia que vivía muy lejos y eran muy pobres. De esa manera, pensaba, me haré respetar más y nadie se reiría de mí.
Comenzó a trabajar en la misma plaza bailando a compás de una melodía tocada por un acordeón que hacía sonar el mismo productor. Era muy risueño para actuar, tenía muchas dotes para hacer de una desgracia como la que sufría un arte maravilloso. La gente se acercaba para disfrutar de su espectáculo y aplaudía a rabiares cada vez que el pequeño artista salía a escena. Bailaba muy bien, y sus dotes de actor lo hacían brillar como un gran intérprete de la danza. Una noche le preguntaron cómo era que bailaba tan bien, él respondió que quizás sus sufrimientos hacían que sintiera mucho más en el fondo de su corazón la música que bailaba. Una canastita de mimbre terminaba llena de dinero al finalizar cada función. Realmente recogían suculentas ganancias cada vez que se presentaba.
El productor decidió compartir con el hombrecillo la idea de ir hacia una ciudad mucho más poblada, afirmaba que el éxito los perseguiría por todos los lugares que visitaran. Felipito aceptó y así fue como alcanzaron la posibilidad de actuar en un canal de televisión donde el espectáculo que brindaban los dos era cada vez más brillante. Contratos de todos lados les llovían pues eran maravillosos los dos.
Al cabo de un tiempo el dinero les llovía y Felipito estaba muy contento con sus logros. Llegó a la sabia conclusión que nunca hay que rendirse, que los defectos que se tengan son insignificantes cuando los deseos de alcanzar una meta son más grandes. Gracias a Dios la presencia de Jacinto en su vida fue una bendición muy grande y la amistad que hicieron los dos fue muy sincera y honesta. Siempre repetía, nuestro querido amigo, que podría haber ocurrido cualquier cosa si su amigo fuera un indecente, pero que por fortuna no fue así. Recomendaba que nunca se debiera confiar mucho de la gente extraña, que en esta ocasión las cosas marcharon bien, pero no ocurre siempre igual.
Pasó el tiempo y nuestros queridos artistas triunfaron en el mundo.
Hasta que Jacinto, víctima de un ataque al corazón, falleció de repente. Felipito quedó horrorizado de la suerte de su amigo, afirmaba que era injusto que terminara así su vida luego de haber alcanzado una fortuna tal que podría haber hecho feliz su vida y su ancianidad. Pero las cosas se dieron de esta manera y así fue como nuestro pequeño amigo decidió retirarse del espectáculo en homenaje a la ausencia fatal de su gran amigo. Ahora Felipito vive en un sitio desconocido donde goza de todos los bienes que había alcanzado. Lo único es que vive solo y alejado de todo roce con otros seres pues ahora todos lo buscan por interés.
Este cuento tiene una moraleja que ustedes tendrán que presentar.
CARLOS A. BADARACCO
22/11/10
muy lindo, se lo lei a mi hijo de 5 años el esta en primerito le gusto dice que es un cuento distinto a los que ya conoce ,esta muy bueno, felicitaciones!
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